Mis espaldas cargaron sacos de piedras y arena, llevaron troncos y ladrillos, pero en todos los casos, la carga nunca fue tan pesada como el peso de la culpa. Los primeros dejaron el cuerpo dolorido, la segunda deja dolorida el alma. Así que, igual que se sueltan los sacos para liberarnos del peso y el cuerpo descansa, hay que soltar la culpa para liberarnos de ella. Habla con tu alma, que te cuente si mereces llevar por tanto tiempo ese castigo. Tal vez su respuesta sea que a ella le duele que te sientas culpable, pues te perdonó antes de que lo hicieras. Tal vez te diga, que una vez que has aprendido la lección, ya compensaste tu acción. ¿Te planteaste que tu esfuerzo por ser cada día mejor persona, ya compensa tu autocondena? Piensa si quien te condenó fuiste tú mismo por la ética social que te rodea. Derecho a equivocarse, derecho a aprender, derecho a no repetir la acción o palabra. No deberíamos de juzgar, ni a otros ni a nosotros mismos. En una justicia divina, el Padre perdona a sus hijos, por lo que el propio hijo tiene que aprender a perdonarse a sí mismo. A caso, ¿no estamos aquí para aprender?
top of page
bottom of page
Comments